Hace un siglo, la mayoría de las grasas que consumía el ser humano consistían en grasas animales saludables como la mantequilla, el ghee, el sebo, la manteca y el schmaltz. Hoy en día, la mayor parte del consumo de grasas viene en forma de productos químicos industriales y muy procesados, denominados engañosamente «aceites vegetales». Se trata principalmente de soja, canola, girasol y maíz, así como de la abominable margarina.

La disparatada idea de que las grasas animales son perjudiciales ha impulsado la creación de muchos sustitutos de los alimentos grasos que contienen poca o ninguna grasa. Sin la grasa animal, todos estos productos resultan insípidos y poco apetecibles. Los productores de alimentos descubrieron rápidamente que la mejor manera de hacerlos apetecibles era introducir azúcares. Los que intentan evitar la grasa animal debido a las pautas de alimentación se encontrarán con hambre más a menudo. La popularización de la leche desnatada sin grasa ha sido una de las batallas más destructivas en la cruzada contra las grasas saturadas.

La industrialización puede hacer poco para mejorar el costo de la nutritiva carne roja, porque se echa a perder rápidamente, y además se produce dejando que el ganado camine libremente por grandes extensiones de tierra, pastando y tomando sol.

En los años comprendidos entre 1970 y 2014, el consumo per cápita de carne roja por parte de los estadounidenses disminuyó un 28%, el de leche entera un 79%, el de huevos un 13 %, el de grasas animales un 27 % y el de mantequilla un 9%. En cambio, el consumo de aceites «vegetales» aumentó un 87%, y el de cereales, un 28%.

En una muestra de cumplimiento ejemplar de las recomendaciones del gobierno, los estadounidenses también han aumentado significativamente su consumo de frutas y verduras frescas. Es un indicador importante de que el motor de la obesidad no es la ausencia de verduras y frutas, sino la disminución del consumo de carne, en particular de la carne roja.

El consumo global de carne se mantuvo relativamente constante, con un aumento del 2%, pero ello se debió a que los consumidores de carne estadounidenses empezaron a sustituir la carne roja esencial y altamente nutritiva por la carne barata de ave de calidad inferior cuya producción se realiza en masa. En general, las calorías de los estadounidenses procedentes de alimentos de origen animal disminuyeron un 21 %, mientras que las calorías procedentes de alimentos vegetales aumentaron un 14 %.

Nina Teicholz calcula que el estadounidense promedio comía alrededor de 79 kilos o 175 libras de carne al año en el siglo XIX, predominantemente de carne roja. Hoy en día, el estadounidense promedio come unos 45 kilos de carne al año, pero la mitad proviene de carne de aves.

Price es conocido principalmente como dentista y pionero en el descubrimiento y análisis de varias vitaminas. Su obra magna de 1939, Nutrición y degeneración física, es ampliamente ignorada por la corriente principal del mundo académico y de la ciencia de la nutrición, ya que sus conclusiones van en contra del dogma políticamente correcto. 

Como el vuelo era tan novedoso en su época, pudo visitar muchas zonas que todavía estaban muy aisladas de los mercados mundiales y, por tanto, dependían de sus propios alimentos locales, preparados de forma tradicional. 

Price no encontró ni una sola cultura que subsistiera exclusivamente con alimentos vegetales. Todas las poblaciones tradicionales sanas dependían en gran medida de los productos animales. Las poblaciones más sanas y fuertes que encontró fueron los inuit del Ártico y los pastores africanos. Casi nada del entorno y las costumbres de esas dos poblaciones se parece en nada, salvo su dependencia casi exclusiva de los alimentos de origen animal. Price llegó a ver la importancia sagrada de las grasas animales en todas las sociedades y analizó hasta dónde llegaban las poblaciones para conseguirlas. En la medida en que se comían alimentos de origen vegetal, su función parecía ser principalmente la de servir de recipiente para ingerir las preciadas grasas. 

La necesidad de comer constantemente comida basura no es sólo un producto de su hiperpalatabilidad y propiedades adictivas, sino que también son el resultado de una profunda desnutrición causada por no comer suficiente carne. No es de extrañar que los medios de comunicación dominantes, el mundo académico y otros medios de comercialización de alimentos industriales difundan implacablemente el mensaje contra la carne. Cuanta menos carne coma la gente más deberán reemplazarla por basura subvencionada y altamente rentable.

El enfoque económico de baja preferencia temporal implica la producción de mucha carne, que suele tener pequeños márgenes de ganancia. El enfoque de alta preferencia temporal favorece la producción masiva de cultivos vegetales, que pueden optimizarse y escalarse drásticamente con la introducción de métodos industriales, permitiendo importantes márgenes de ganancia.

En lugar de regenerar el suelo de forma natural con el estiércol del ganado, se aplican fertilizantes industriales en cantidades cada vez mayores, a menudo con consecuencias devastadoras no deseadas.

La agricultura industrial permite a los agricultores extraer rápidamente los nutrientes del suelo, maximizando la producción en los primeros años, a expensas de la salud del suelo a largo plazo. Los fertilizantes permiten que esta orientación actual parezca relativamente poco costosa en el futuro, ya que el suelo agotado puede seguir siendo fértil con los fertilizantes industriales. Después de un siglo de agricultura industrial está claro que esta opción ha sido muy costosa, ya que el costo humano de la agricultura industrial es cada vez mayor. Por el contrario, mantener la salud del suelo mediante la rotación del pastoreo del ganado y los cultivos ofrecerá menos ganancias a corto plazo, pero mantendrá la salud del suelo a largo plazo.

A finales de la década de 1970, el gobierno estadounidense y la mayoría de sus vasallos internacionales recomendaban la pirámide alimenticia moderna. Los cereales subvencionados por el complejo agrícola industrial ocupan un lugar destacado en esta pirámide, que los anuncia como la base de la dieta, recomendando de seis a once raciones al día. Esta pirámide alimenticia es una receta para las enfermedades metabólicas, la obesidad, la diabetes y una infinidad de problemas de salud

Como estos alimentos son baratos, siempre habrá un fuerte incentivo financiero para convencer a grandes grupos de personas de que los consuman.

Fuente: El patrón fiat (Saifedean Ammous)