Nuestra especie tiene más motivación para descansar que para moverse. En el pasado existía una poderosa motivación para el movimiento: ¡SOBREVIVIR! Tampoco se descansaba en sillones sino en posiciones que sostienen una actividad muscular permanente de bajo nivel (cuclillas). Incluso dichas posiciones no aportaban una comodidad completa, lo cual obligaba a ir variando la postura cada cierto tiempo para descargar las estructuras que mantenían fija dicha posición. Este hecho permitía una activación y sincronía de una musculatura cada vez distinta permitiendo equilibrar las compensaciones, evitando posturas mantenidas largo tiempo y estimulando intermitentemente las estructuras esqueléticas.

“El objetivo de la vida es convertir la energía en niños”, dice H. Pontzer.

“Durante nuestra historia evolutiva, lo que hemos hecho es realizar actividad física para encontrar comida. Hoy estamos en un ambiente extraño donde no necesitamos gastar energía para encontrarla” – D. Raichlen

La mejor estrategia evolutiva es la de gestionar la energía. Por tanto, todo se reduce a una sola regla: “si gastar calorías es bueno para tu salud reproductiva, debes gastar esas calorías; de lo contrario, sólo debes descansar, moderación metabólica” según Raichlen y Pontzer. Una reflexión que debemos adaptar a los tiempos actuales y a nuestro modus vivendi.

Motivación

Para contrarrestar la tendencia natural al ahorro energético, la evolución configuró circuitos de recompensa vinculados a la actividad física que operan como sustratos neurofisiológicos para sostener la motivación.

Voluntad

Paradójicamente, la cultura actual reduce la motivación para movernos al tiempo que promueve enfermedades que impiden por razones biológicas (disrupción del presupuesto metabólico) que la voluntad por sí misma resuelva esa contradicción.

Y, para entender este razonamiento, una imagen vale más que mil palabras:

Gracias a Intramed por la inspiración.