Coste de mano de obra del mecánico de tu coche: 65€/h.

Cerrajería: 150€ por un servicio de urgencia.

Salones de belleza, peluquerías, spas o centros de estética: 50-80€ por servicio. 

Coste de cubierto para boda: 150€/evento.

Sneakers: 95€

Eventos y experiencias: 40-90€

Comida a domicilio: 30€

Lo que puede ser un capricho para alguien podría ser una inversión o una forma de disfrutar la vida para otra persona. De todas formas, nos cuesta poco hacer el gasto en cualquiera de las cosas anteriores. 

Impresiona el contraste que tiene esto con el “gasto” (o mejor dicho, inversión) en salud o en asuntos relacionados con ella. 

La gratuidad tiene el poder de generar un efecto paradójico: aunque a primera vista podría parecer un regalo o una bendición, puede llevar consigo un devalúo inherente. Esta paradoja se manifiesta especialmente en la forma en que percibimos las cosas que recibimos sin costo alguno. 

Prueba de ello es nuestra Sanidad Pública, siempre acostumbrados a no hacer un desembolso en valoraciones, pruebas y tratamientos, ya que entre toda la sociedad se financia. 

¿Será por eso que nos cuesta tanto gastarnos el dinero en invertir en nuestra salud? ¿Buscar soluciones de forma privada? ¿El precio es excesivo en comparación con otros gastos?

Cuando algo se ofrece gratuitamente, su valor intrínseco tiende a ser subestimado o incluso ignorado. Cuanto más accesible es algo, menos valorado es. Esta mentalidad está arraigada en nuestra psique debido a la larga historia de la humanidad, donde la escasez de recursos era la norma.

Otro aspecto que contribuye a la devaluación de lo gratuito es la falta de esfuerzo o sacrificio asociado con obtenerlo. Cuando no hemos tenido que trabajar duro, ahorrar o invertir tiempo para obtener algo, es más probable que lo subestimemos. La gratuidad puede llevarnos a dar por sentado lo que se nos ofrece, en lugar de apreciarlo plenamente y reconocer su verdadero valor.

¿Qué precio le pones a tu dolor? ¿Cuánto vale tu dolor? ¿Se merece un trato de 20€ o de 80€? 

A diferencia de los bienes tangibles, como la comida o la tecnología, cuyos beneficios son fácilmente perceptibles y de gratificación instantánea, los beneficios de la inversión en salud suelen ser más abstractos y a largo plazo. Por ejemplo, es más difícil cuantificar el impacto de hacer ejercicio regularmente o de comer alimentos saludables a largo plazo en comparación con comprar un nuevo bolso o un móvil que proporciona satisfacción inmediata.

El entorno nos bombardea constantemente con mensajes publicitarios que promueven productos y servicios que ofrecen gratificación inmediata. La cultura del consumo a menudo fomenta la idea de que poseer determinados productos o marcas es un símbolo de estatus social, lo que puede llevar a las personas a gastar más en bienes materiales para mantener o mejorar su estatus percibido.

El precio nos lo ponemos nosotros cuando no nos tiembla la mano para gastar en experiencias gastronómicas y nos cuesta invertir en una solución para nuestro diagnóstico.